Glasnot!

Esta palabra pertenece ya a la geografía de nuestra memoria. Un vocablo ruso, glasnot, que se instaló en las conversaciones políticas de mediados de los 80 del pasado siglo, gracias a la irrupción en 1986 de un nuevo líder del PCUS; Mijaíl Gorbachov. La vieja potencia soviética era más vieja y menos eficiente de lo que nadie pudo pensar, y el nuevo Transparencialíder condujo a su partido y a la extinta URSS a un cambio sin precedentes, resumido en dos palabras: “glasnot” y “perestroika”, transparencia y reestructuración (que en occidente fue definido también como apertura).

Pero centrémonos en la glasnot, la tan atribulada transparencia. El actual santo grial de nuestros próceres políticos.

Cada cierto período de tiempo la política necesita de nuevos vocablos que resulten inspiradores. En la sociedad de la infoxicación y de los 140 caracteres, esto es más necesario que nunca, toda vez que la comunicación política ha tornado a una especie de escenario multiformato y multipantalla, donde se exponen argumentarios y formas muy empecinadas en ganar el corto plazo de la atención de los ciudadanos/espectadores. Esa truculencia expositiva pervertida por la inmediatez y la necesidad de poner de moda conceptos e ideas que pronto pasan al olvido, nos lleva a una autotrampa democrática para con la ciudadanía, una suerte de trasunto del panóptico benthiano, en el cual carceleros y presos somos todos, intercambiando constantemente los papeles ante la ceremonia caníbal de nuestras democracias, como tan bien expuso Christian Salmon.

Modas. Vocablos y conceptos que pretenden nuevos relatos, pero que se ahogan en el contacto de una administración y una política que resulta decimonónica en comparación con la capacidad tecnológica y de cooperación ciudadana que poseemos hoy en día. El desarrollo de una administración electrónica no ha ido acompañado del desarrollo de una neodemocracia digital, de una democracia electrónica. En menos de una década se han machacado conceptos como el gobierno electrónico o el gobierno abierto, sin cambios reales en la gestión política, y estamos realizando el mismo camino con la tan cacareada “transparencia”. Hay un filósofo contemporáneo, a quien recomiendo encarecidamente leer: Byung-Chul Han, que ya nos avisa sobre ello en su magnífica obra “La Sociedad de la Transparencia”, en este libro se eleva un grito contra la uniformidad del único discurso del “Me Gusta” de la sociedad digital. Una sociedad que invita a la transparencia a través de la desconfianza y de la sospecha permanente, elevando el “control” como garante de la eficacia de la gestión de la transparencia. Una advertencia de la dictadura que viene, que supera el concepto del panóptico de Bentham, instaurando un modelo panóptico digital al que nos entregamos libremente y que carece de una construcción filosófica de un imperativo moral social que implique límites al poder omnímodo que ejercita, gracias a los procesos de hiperinformación e hiperacelaración de la red.

Caídos ya en la trampa de “la transparencia” solo falta elevarla a los altares, gracias a una panoplia normativa que de apariencia de que ayudará a regular la acción de nuestras instituciones. Para ello contamos con una flamante ley 19/2013 en España o la 1/2014 de Andalucía, e incluso un portal transparencia.gob.es

La cuestión es, ¿se asegura así la transparencia de la acción de nuestras instituciones? Para mi la respuesta es clara: un rotundo NO. Si bien legislar sobre la cuestión e iniciar un recorrido que lleve a un atisbo de empoderamiento ciudadano, es un comienzo pero no debe ser un fin en sí mismo. La cuestión es que “la transparencia” no debe ser un conjunto de KPI’s cuantificables y expuestos en tablas y rankings, que digan quién es más transparente. La transparencia de la gestión pública debe ser una filosofía de gobernabilidad, bajo la égida de los códigos filosóficos del gobierno abierto, emplazando a administraciones y ciudadanía a encontrar puntos de encuentro y de cooperación gracias al desarrollo de nuevos sistemas de participación y tecnológicos.

Al contrario, todo lo que veo son rankings y elaboración de informes con respecto a la ley, de empresas y asociaciones, que siendo legítimo, no están ni reguladas administrativamente ni bajo el control de una comisión independiente que vele por la eficacia y el valor de los mismos.

Me temo, que nos encontramos ante la dictadura de la burbuja de la transparencia, y lo que hace falta es comenzar a establecer un formato que aúne buenas prácticas existentes por todo el territorio en un nuevo modelo de gestión democrático, que empodere a la ciudadanía frente a la administración.

La pregunta es, ¿hay alguien entre nuestros próceres con ganas de llevar esto a cabo?

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