Definitivamente, esta no es mi Unión Europea. Apenas reconozco algo de la esencia de los “padres fundadores”, cualquier semejanza es pura coincidencia. Además, el relato con el que se “dirige” la actual UE es un trasunto del que fue el originario.
Ni las formas, ni los relatos, ni los liderazgos, ni las necesidades, tienen que ver con las del momento fundacional. Aquellos tiempos pretendían evitar otra barbarie en territorio europeo, un continente donde los vecinos éramos demasiado dados a desangrarnos en campos de batalla durante siglos. Tras la IIGM el relato cambia, las necesidades cambian, el mundo era mucho más grande, y la mayoría de los estados europeos se dieron cuenta de que ninguno podría “hacer la guerra” por su cuenta en un planeta que veía los albores de la globalización, que eclosionó al final del siglo XX por mor de la desaparición de la Guerra Fría.
Entonces, enemigos irreconciliables como Francia y Alemania vieron que el futuro se escribía juntos. Esa fue la base fundacional de la CEE, junto a los otro cuatro fundadores. ¿Y ahora?, ¿por qué no avanzamos? Es sencillo: el modelo ya no sirve. El andamiaje institucional de mediados del siglo XX no tiene encaje en estos tiempos líquidos del siglo XXI. La construcción de una estructura desde un punto de vista tecnocrático, bajo una supervisión intergubernamental, sirvió en aquella época; en la de hoy es simplemente una quimera.
Tal como avanzó Vivianne Reding antes de las Elecciones Europeas de 2014, que de poco sirvieron para revitalizar el ideal europeo (en las dos últimas décadas solo sirven para dar acogida a partidos y movimientos antieuropeos o extremistas); solo caben dos direcciones: avanzar en una Unión Política con todas las consecuencias o hacer una regresión hacia los estados nacionales, tal como solicitan de forma diferente políticos como David Cameron en UK o la liberticida, Marine Le Pen en Francia.
Yo añado un tercer factor. Hay que avanzar hacia la reforma política de la UE, basada en dos ejes: una Unión Política, poniendo a la ciudadanía por encima de las mercancías y los mercados, y dotar a la UE de un sistema de gobernabilidad ciudadana que la active, quitando la mayoría de las funciones al Consejo, empoderando a la ciudadanía con un Parlamento Europeo que sea eje de la capacidad legislativa y política de la UE y con una Comisión electa por la ciudadanía, con una elección directa del Presidente de la misma en una contienda electoral basada en confrontaciones ideológicas y no en torticeras maniobras estatales, que han creado nuevas categorías de miembros.
Esto es solo un punto de partida. Pero es sangrante la estulticia con la que Merkel dirige la UE, con la aquiescencia de todo el Consejo Europeo, secuestrando principios del Tratado de Lisboa (esto no hubiera ocurrido con el Tratado Constitucional) e inventando monstruos como el de la Troika. Los gobiernos nacionales han “secuestrado” los tratados, hemos vuelto a un sistema de gestión basado en la intergubernamentalidad, que de poco sirve en las actuales condiciones de nuestras economías y del mundo en el que vivimos.
Han convertido la UE en un remedo de lo que debería ser. Asistimos impávidos, viendo como la UE es incapaz de hacer políticas humanitarias con el drama de los refugiados sirios, iraquíes o de cualquier otra zona de la región, por no hablar de quienes huyen de un mundo sin futuro.
No tuvimos problemas en apoyar coaliciones contra sátrapas, aún a costa de mentir, con el fin de “llevar la democracia” a otros estados. Lejos de ello, hoy están cercanos a ser estados fallidos, como Libia o Irak, por no hablar de Siria, con una amenaza como la del Estado Islámico. Fuimos a llevar democracia y les hemos dejado sin una mínima red de seguridad, para que cualquier terrorista delirante convierta sus países en una pesadilla peor aún de la que vivían. Y en esta situación, gracias principalmente a EEUU y muchos países europeos, les exigimos que no vengan aquí.
Somos unos hipócritas en manos de gente incapaz y que no tienen el mínimo de humanidad posible para entender que lo ocurre es responsabilidad directa nuestra.
No reconozco a esta UE, ni a sus dirigentes. No me reconozco en ellos. Yo defiendo otro ideal europeo, el de Schuman, el de Altieri, el de Delors. Esto no es Europa. Es una pesadilla neoliberal que nos han impuesto. Derribar Europa es un objetivo, no solo político, de algunos trasnochados en nuestros países. Es la victoria de los BRICS, de un modelo desarrollista excluyente y con unos derechos sociales que están a un siglo de distancia de los que conquistamos en Europa a principios del siglo XX. No ver esto es darle la estocada al sistema del Estado de Bienestar, que necesita una amplia reforma, pero no su desaparición para ser sustituido por el modelo chino.
Asisto indignado, ultrajado y enfadado ante la lacra que supone no dar una solución humanitaria a quienes vienen pidiendo una oportunidad. Aquí no tenemos a Trump, pero tenemos a Merkel y sus acólitos que asumen sin levantar la voz, sus políticas. Mientras tanto los estados ribereños del Mediterráneo asistimos con una mezcla de impotencia y no saber qué hacer a un problema que es global: el de personas que quieren vivir en un país llamado Futuro.
¿Qué Futuro vamos a ser capaces de hacer entre tod@s?