En mayo de 2021 ha sido presentado por el Gobierno de España el proyecto “España 2050. Fundamentos y propuestas para una Estrategia Nacional a Largo Plazo“, con un logo que se explicita como “España 02050“. Por primera vez, en lustros, un gobierno se atreve a lanzar un proyecto político que va más allá de lo que se entiende por políticas largoplacistas.
En una época de miradas cortoplacistas y demoscópicas que nos impiden avanzar esto es una buena noticia. Y así debería ser entendido. Pero no, el tacticismo de unos y otros, han afeado su lanzamiento. Unas cuestiones previas. En primer lugar el momento elegido. En plena crisis con nuestra vecina Marruecos para afianzar internacionalmente su reclamación de “marroquinidad” del Sahara Occidental, gracias al impulso que le dio Trump antes de acabar su mandato, reconociendo este territorio como parte de Marruecos y saltándose décadas de trabajo de la ONU en ese sentido. Trump el incendiario, nos dejó un problema que se exacerbó por la visita sanitaria del líder del Frente Polisario en nuestro país. Los nacionalismos no entienden de razones humanitarias, nunca. Más allá de quién tiene razón o no, o defiende intereses más legítimos o menos, no era el momento de agenda para su presentación.
Un segundo factor es la más que factible reacción de los medios de comunicación y de la oposición para afear su presentación. El leit motiv es obvio: “ahora no toca”. Craso error. Nunca ha sido más necesario en la historia de nuestro país. Entender que hablar del futuro en las actuales condiciones pandémicas es una pérdida de tiempo es una irresponsabilidad. Sin duda gestionar el presente, lo que hacen todas las administraciones a un 99,9% de sus recursos es una prioridad, pero poner en marcha un marco institucional de reflexión y planificación de cómo abordar el futuro es una necesidad de estado. Decir lo contrario es un ejercicio de cinismo venga de donde venga la queja.
Ahora bien, la cuestión crucial para que esto hubiese sido presentado en las mejores condiciones, era la de plantear un proyecto multipartidista con la imbricación del mayor número posible de agentes involucrados: partidos políticos, sindicatos, patronal, la academia, los centros de investigación, etc. Esto es mucho más importante que cualquier marco político. No haber entendido (ni encajado) esta premisa pone en riesgo lo que es una gran idea. Aunque el proyecto está definido como un gran ejercicio participativo y continuo en el tiempo, la ausencia de la pluralidad necesaria en su nacimiento con la aprobación de la mayoría del Parlamento puede ser su condena. En el actual contexto, los partidos han de entender que el escenario de aquí a 2050 es tan volátil, que incluso la propia existencia de los agentes que ocupan la bancada roja de Las Cortes puede que no esté presente en ese año.
Y ese es uno de los grandes retos que hemos de entender como sociedad: la volatilidad y la complejidad de nuestros constructos sociales. Ergo, si nuestra clase política no es consciente de esto, cualquier intento de largoplacismo estará condenado a la muerte antes de ponerse en pie. Y esa ausencia de visión condenará a España de antemano. A este paso no dejaremos de ser una página olvidada del gran libro de la Historia.
Por supuesto que asegurar nuestro presente debe ser la prioridad política, y encontrar claves que nos permitan recuperar lo perdido durante la pandemia y establecer las claves para un crecimiento sostenible y alineado con la Agenda 2030 y la transformación digital. De hecho, hacerlo así es construir el primer peldaño hacia una estrategia para el 2050. Pero viendo lo que hay en el Congreso, no creo que ello sea posible. El “ruido” es tan contingente que nos impide ver lo realmente importante.
Escalando y haciendo del territorio un marco interoperable desde la perspectiva ciudadana: la visión CaaS
Y por otro lado, establecer una ruta hacia el 2050 nos debe permitir poder “cartografiar” España de otra forma, para hacer frente a nuestro mayor reto social, la “España vaciada”. Abandonar la concepción arraigada en un gran nodo central (Madrid), con otros nodos en contraposición (Barcelona, Valencia, Bilbao, etc.) no es un sistema vertebrador. Hemos de “ver” España como una gran red distribuida con nodos de varios tamaños (desde Madrid hasta el más pequeño de los municipios) que entienda el territorio como un CaaS (Country as a Service) por utilizar la nomenclatura de la nube. Ese sistema CaaS debe permitir un despliegue de conectividad efectivo, de capacidad energética distribuida y de canales logísticos más flexibles. Este triple factor alineado permitirá un desarrollo más sostenible y distribuido en los territorios, que permita atraer (y recuperar) talento y generar nuevas ideas y nichos de negocio. Además, es necesario flexibilizar y dotar de ubicuidad a las soluciones que se desarrollen, para que el acceso no dependa de la proximidad a los nodos, sino desde la perspectiva del usuario final. Entender esto es uno de los primeros pasos para avanzar en ese sentido.
Pero además, hemos de entender que la apuesta por el conocimiento, la I+D y las nuevas capacidades tecnológicas son las que permitirán integrar esa visión de la España 2050, junto a una verdadera transformación digital del Estado (y de todos los niveles territoriales de la Administración) que se convierta en una aliada de la ciudadanía y no en un problema constante. Abrir el gobierno y la tecnología a la sociedad nos permitirá ganar el futuro. Apostar por el conocimiento y la tecnología es liderarlo. Son muchas las tecnologías en las que estamos sobradamente preparados para liderarlas: Inteligencia Artificial, computación cuántica, blockchain, renovables… Hay que apostar con una gran inversión y una visión a largo plazo. Por desgracia, entre los 9 capítulos del documento presentado no hay ni siquiera uno dedicado a la innovación tecnológica y a sus disrupciones, a realizar una apuesta clara por la I+D. Sus autores nos podrán decir que es transversal a todo el documento, pero lo que no se explicita no existe. No obstante toca realizar una lectura detenida y razonada, para buscar etas claves en el texto.
No creo que nos queden muchas oportunidades como España y como Unión Europea, para no pasar a la irrelevancia de la Historia. La cuestión es, ¿sabrán en Moncloa y la oposición cómo aunar esfuerzos para remar en la misma dirección?
La respuesta, sinceramente, me da miedo.