En 1816, Etienne Dumont, dió a conocer una de las obras políticas más desconocidas del padre del Utilitarismo, Jeremy Bentham. De hecho se publicó antes en francés, dada la apatía característica de su autor a la hora de publicar sus obras, en su inglés original. No se público en Inglaterra hasta 8 años después.
No estoy hablando de la obra principal de este político, más que filósofo, tal como lo definió Bertrand Russell; pero la fuerza de esta obra es digna de mención en estos días que corren. Me estoy refiriendo a la, para mi, trascendental, “Falacias Políticas”.
Con este libro, Bentham, pretendía denunciar el peor de los males que a su juicio había prendido en el parlamentarismo inglés: el reino de la falacia, el ardid, la mentira, la confusión como herramienta diaria de los próceres del Parlamento (¿Os suena?).
No voy a ser prolijo con respecto a introducirte el tema, querid@ lector@. Mi recomendación, si te interesa la política es que leas este excelente tratado, y más aún si eres representante público o te dedicas a la “res publica”; es más lo haría de lectura obligatoria entre nuestros parlamentarios de todos los niveles: estatal y autonómico, para que recobren la razón y dejen de tratar a la ciudadanía como a peleles a los que se les puede manipular alegremente. Hay un sector de la población, que pese a tener nuestra orientación ideológica muy definida, no nos dejamos manipular mediante ardides claramente prefabricados en las “cocinas” de las sedes de los partidos.
Vuelvo a las “Falacias Políticas“. Bentham establecía cuatro grandes tipos de ellas, dedicando especial interés a las que el llamaba Falacias de Confusión, a su juicio las más nocivas para el sistema parlamentario (democrático, por supuesto); y de entre ellas me quedo con una: la que el denominaba como la “Corrupción Popular”.
Bentham la definía así: es aquella en la que la fuente de la corrupción radica en el pueblo. A tal grado llega y tan dilatada es su extensión, que ninguna reforma política sería capaz de eliminarla. Lo que pretende es provocar el desagrado con el que quien habla contemplando a aquellos de quienes habla, imputándoles una mala índole moral o intelectual, si proporcionar indicación alguna de su naturaleza.
Puntualización previa a lo que voy a exponer: si hay algo que me disgusta en la política es cómo se intenta manipular la opinión pública y más aún como se pervierte la capacidad de razonamiento y crítica de los acólitos, seguidores y simpatizantes de cualquier causa o ideología. Esto sin duda empobrece el debate, coarta la libertad y cercena al intelecto; pero claro es el juego del Poder, y ya sabemos lo que esto supone.
Decía, que todo representante público debería leer el tratado de Bentham; bueno creo que en la calle Génova han hecho los deberes, pero han entendido MUY MAL los postulados defendidos por el autor, ya que lo que han conseguido es prostituir la esencia del principio más noble que ha de perseguir todo representante público: la defensa de la verdad (como virtud ética). Es más, está tan retorcidamente interpretada, que lo que han hecho es llevar a la enésima potencia los postulados de esta falacia, utilizándola de forma perversa, en un alocada huida hacia adelante, atacando incluso a los poderes legítimamente constituidos en nuestro país, poniendo en duda todo el sistema, bajo la creencia de que ellos están por encima del bien y del mal.
Es triste ver como el principal partido de la oposición no acata los principios constitucionales más elementales; no respeta las decisiones judiciales; ni respeta la profesionalidad de uno de los poderes esenciales de la División de Poderes: el Poder Judicial (del que les recuerdo que “su” mayoritaria APM tiene la mayoría en casi todos los tribunales regionales de justicia – recuérdese la vista del caso “Camps” en el Tribunal Superior de Justicia de Valencia).
Imaginémosnos por un momento, que dada la jurisprudencia que se está creando, cualquier ciudadano de nuestro país, pudiera invocar a partir de ahora que no acata decisión judicial alguna, porque está sometido a la represión y vigilancia torticera de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado. Antaño nos provocaría una carcajada, digna de una astracanada.
Pero lo peligroso, es que la astracanada la está protagonizando el principal partido de la oposición, y eso, no es bueno ni para nuestra joven democracia, ni para lograr una ciudadanía más activa en la participación política.
Y esto, me temo, no ha hecho sino empezar. Espero, sinceramente, estar claramente equivocado.
Sinceramente y lo más desgraciado en todo nuestro ámbito político, es que “en todas parter cuecen habas”, por lo que desde 3% generalizado en Cataluña, hasta los más escadalosos casos de corrupción “al por mayor”, sacuden a una clase política acostumbrada a regir el “cortijo” y al “ordeno y mando”. Tantos y tantos deberían leer este libro e interpretar “sanamente” el análisis que plasmas, que se acabarían los ejemplares en la península. Por supuesto en su versión española. Un saludo.