Estamos en tiempos delicados, nunca la Humanidad ha sido más próspera, los indicadores y los datos de desarrollo así lo afirman, pero nuestra sensación global marca una impresión contraria.
La hiperincertidumbre que conlleva la globalización y la indefinición, de los otrora bien definidos espacios de nuestras vidas, se diluyen en este trasunto de la vida líquida que estamos experimentando que el Profesor Bauman tan acertadamente intuyó.
La Política, ahora, se construye a través de sensaciones trufadas por las fake news de la pospolítica y sentimientos tribales de pertenencia; y esto impide construir relatos democráticos largoplacistas y sistemas de gobernanza que permitan gestionar el futuro.
Es difícil gestionar el futuro, máxime cuando es en nuestro presente cuando aquel se consume por mor de la hiperaceleración de los mercados y nuestros ritmos vitales. Y eso es un factor que debilita a nuestras democracias, porque sus estructuras no están pensadas para los marcos actuales de los procesos económicos y vitales de la sociedad.
Aún así, sería un craso error constatar que cualquier tiempo democrático fue mejor. Eso está fuera de lugar en tanto que no existe ningún modelo democrático óptimo. No lo ha existido en ningún momento histórico y por lo tanto podemos convenir que la democracia no deja de ser un estadio evolutivo del pacto social que hacemos en cada momento de la Historia por sociedades diferentes y con instituciones diferentes.
El gran reto que tenemos como sociedad global es cómo integrar los grandes cambios sociales y económicos a los que tenemos que hacer frente ahora y especialmente en el futuro inmediato. La sociedad actual de estados se irá diluyendo cada vez más debido a la movilidad, a los sistemas de comunicación, a nuestros deseos de multipertenencia a lugares diferentes; Ulrich Beck lo definió como “topopoligamia”, y a la disrupción que todo tipo de nuevas tecnologías urdirán en nuestras conexiones sociales. Y sobre todo la emergencia de las ciudades y sus conexiones y el papel cada vez más global de las empresas.Para terminar esta entrada de una serie próxima a seguir, hemos de entender que la democracia en su esencia es la combinación de delicados procesos e interacciones de todos los sujetos que formamos el demos, y que su entramado institucional necesitará de una (re)evolución permanente para poder gestionar la complejidad de una sociedad cada vez más tecnológica. Y es en este momento, cuando voy a introducir el término “tecnogobernanza“. Si la gobernanza es el arte de desarrollar los procesos y los sistemas de gestión de las interacciones entre actores dispares y con aspiraciones diferentes, no podemos obviar que deviene una nueva forma de gestionar la gobernanza cuando el Blockchain, el internet de las cosas, el despliegue de la tecnología 5G, el transhumanismo y la futura computación cuántica se unan en la misma ecuación temporal. El resultado deparará constructos sociales totalmente diferentes a los que conocemos ahora.
La cuestión es, ¿estamos preparados para asimilar múltiples cambios de gestión y de (re)conexiones en nuestros entornos?, ¿están las instituciones preparadas para absorber este impacto?, y lo más trascendente, ¿estamos preparados como ciudadanía para aceptar un cambio tan integral en la próxima década?
De ello hablaré en las próximas entradas…