Que son tiempos difíciles no lo vamos a descubrir ahora, pero el actual clima social y lo que está por venir, es fruto de la desafección social y de la paulatina desaparición de la empatía social fruto de la hiperinfoxicación y la continua exposición de nuestras vidas en el panóptico digital en el que vivimos y especialmente en nuestra condición de prosumidores que anhelamos servicios y productos de forma rápida y eficaz y que paulatinamente hemos traspasado esa ansiedad a las respuestas vitales que como sociedad exigimos a nuestros gobiernos.
No tener respuestas claras, ni siquiera un atisbo de que se está en disposición de poder ofrecer un esquema vital que pueda aminorar la hiperincertibumbre social y por ende nuestra ansiedad, es lo que ha creado el marco político actual del que deviene el social por el que estamos transitando. La cuestión es que no tenemos ni brújulas ni mapas porque la Política ha muerto en favor del “pan y circo” al que nos obliga la dictadura de la posverdad y del “politainment”.
Y en ese marco de esta nueva era política que es el trumpismo con la “Alt Right” y los populismos de todo pelaje, hete aquí que no somos capaces de encontrar soluciones, pero a cambio nos hemos convertido en expertos de encontrar culpables. Basta con señalar al “otro” para achacarle todos nuestros problemas, simplificando así cualquier cuestión a la reducción del absurdo. Una tradición muy del siglo XX, la de usar la alteridad como solución básica a problemas tremendamente complejos.
Todos los datos macro económicos y sociales avalan, que estamos en el mejor momento de la Historia de la Humanidad, pero la sensación es la contraria, a pesar de haber atravesado la Gran Recesión, nos somos capaces de dar significado a nuestras coordenadas vitales y eso nos genera tanta desazón que en muchas ocasiones provoca una claudicación de nuestros principios, por lograr la tan ansiada simplificación.
Esa simplificación emerge en la actualidad como un nuevo movimiento ludita que intenta culpar de cualquier mal a la tecnificación y complejidad tecnológica de nuestra sociedad. ¿Acaso no es un síntoma del neoludismo el conflicto del taxi en Madrid y Barcelona? Que los taxistas reivindiquen poner puertas al campo ya es una provocación social en sí, querer retroceder a derechos adquiridos en otras épocas cuando una licencia de taxi era un negocio (especialmente su reventa) sin smartphones, wifi ni redes sociales no deja de ser una pataleta. Al fin y al cabo, lo que estamos viendo son los estertores de una profesión que está llamada a extinguirse, como también le pasará a las licencias VTC. Hoy el enemigo son estas licencias, el “otro”, pero los cambios que surgirán en el desarrollo de nuevas plataformas de movilidad, con el despliegue de tecnologías como el 5G, el internet de las cosas y el Blockchain convertirán a los conductores profesionales en profesiones del pasado.
Es más que probable que en el paso de una década, se acabará prohibiendo conducir a los humanos y todo será gobernado por algoritmos y vehículos autónomos que se encargarán de todas las redes de transporte terrestre, lo cual implicará un nuevo modelo de negocio con la consabida desaparición de empleos y la emergencia de nuevos.
Pero cada nueva transformación tecnológica conllevará triunfadores y vencidos. Y cómo abordar que esto no suceda es uno de los grandes retos que tenemos como sociedad. Ello implica que la digitalización de nuestras vidas no cree nuevos vasallajes laborales, como está ocurriendo con miles de trabajadores del sector servicios que dependen de la dictadura del “me gusta” de los clientes para garantizar sus precarios empleos, como está ocurriendo entre los repartidores a domicilio, dependientes de grandes empresas, los servicios de limpieza y seguridad de aeropuertos o tantos otros ejemplos en el que las empresas desplazan su responsabilidad social para con los consumidores, al eslabón más frágil de la cadena empresarial.
Estos son solo ejemplos de cómo la incertidumbre social y política no está dando soluciones a problemas que tienen tendencia a enquistarse y no ofrecer soluciones. El cortoplacismo y la simplificación de las soluciones ante problemas cada vez más complejos que necesitan de tiempo y reflexión está “matando” la necesaria serenidad y debate reflexivo sobre cómo debemos atajar problemas futuros. No estamos hablando de cómo establecer políticas impositivas ante la tecnología. Se habla de poner tasas a los robots, que sustituyen el trabajo humano, y por qué no a los algoritmos que también son los más disruptivos a la hora de condenar sin trabajos cualificados a cada vez más trabajadores.
En estos momentos se necesita más reflexión que nunca, superar dogmas políticos que servían para explicar el pasado, pero que ya no sirven para explicar el marco actual y definir nuevos sistemas de gestión y de gobernanza que sean capaces de innovar la gestión de los espacios y territorios futuros, que cada vez serán más líquidos y ubicuos.
El problema nunca puede ser el “otro”, porque el “otro” también eres tú para “otros”. ¿Estamos preparados cómo sociedad ante este reto civilizatorio?