#oGov, Transparencia, pero sobre todo: Democracia

Inmersos en debates nacionales sobre la calidad democrática, (y la tan manida frase de la “regeneración democrática”), el desarrollo legislativo de la Ley de Transparencia a nivel estatal, los proyectos en curso como Irekia o el desarrollo legislativo al respecto que se hace en Navarra, o la puesta en marcha de una plataforma en Andalucía para el Pacto Por Andalucía, por citar algunos ejemplos; que además son necesarios y oportunoscalidad_democratica para realizar un cambio en el desarrollo entre las relaciones entre la ciudadanía y las instituciones. Lo verdaderamente difícil es inocular esa necesidad de avanzar, tanto en los gestores, en la ciudadanía y quienes toman las decisiones: los políticos.

Confundir unas cuantas medidas de gobierno abierto y algún impulso legislativo con la filosofía que la transparencia implica, es sencillamente una falacia de dilación, tal como Jeremy Bentham describe en su genial obra “Falacias Políticas“. (Libro, que por cierto debería estar en el acervo cultural de todo representante público, para evitar caer en las tentaciones de engaño, que el genial “utilitarista” desarrolla en su obra).

Es una falacia de dilación, porque pretenden hacernos creer que con una medida legislativa o su posterior desarrollo jurídico, es la solución. Es la falacia del tipo: “no toca en este momento, tenemos otros temas más urgentes en la agenda”. Falso. Nada es más importante en este momento, que el establecimiento de la reconfiguración de la confianza ciudadana. Y hablo de reconfiguración, porque nada de lo hecho hasta ahora desde la Transición nos sirve.

Como modelo de gestión democrática, la Transición cumplió su papel en el momento histórico que la vio nacer; pero ahora, las urgencias son otras, así como los relatos y las formas que deben auspiciar esa NeoTransición. En otros estados europeos las hemos visto, como fue el caso de Italia tras la “tangentópolis”, (otra cosa fue el resultado posterior). Lo que necesitamos ahora es recobrar los espacios de participación ciudadana en el debate político, no caer en el error de subestimar o dejar en saco roto las quejas y necesidades ciudadanas; como ocurrirá hoy en el Congreso de los Diputados con la Iniciativa Legislativa Popular que ha recogido más de un millón y medio de firmas (son necesarias tan “solo” quinientas mil) sobre las hipotecas y la dación en pago. ¿Qué imagen y mensaje se traslada a la sociedad?

Esto es gobierno abierto: escuchar a la sociedad y recoger sus necesidades, máxime cuando están amparadas por el sentir mayoritario, más allá de cuestiones ideológicas o partidistas (como se refiere en el sistema norteamericano).

Como dice el profesor Torreblanca hoy en su post: la desafección ciudadana por la política es preocupante, dada la escasa participación en política a través de los partidos, dado que se ve a sus miembros como sospechosos en vez de idealistas que luchan por mejorar las condiciones sociales; y por ello entiende que el futuro vendrá de los “emprendedores sociales”. Bien, pero me pregunto qué democracia se puede fabricar si sus principales vehículos quedan dañados: los partidos y las organizaciones políticas.

O como indica hoy Roger Resenrrich en Politikon y su entrada “La transparencia no sirve de nada“, nos explica cómo el hecho de que haya sistemas de gestión de transparencia, no exime la aparición de la corrupción, con ejemplos palmarios en EEUU.

Por lo tanto, no se trata de establecer tan sólo instrumentos y desarrollos legislativos, totalmente necesarios. Se trata de desarrollar una nueva filosofía de gobierno, orientada a la participación ciudadana, que permee las instituciones y las organizaciones políticas. Que los ciudadanos perciban que sus voces, sus quejas y/o recomendaciones son tenidas en cuenta, que sirven.

La democracia representativa, basada en 4 años de confianza a través del voto ha pasado a los libros de Historia. Ha llegado el momento de la Democracia Deliberativa, basada en el apoyo directo ciudadano, organizando instrumentos que recojan el sentir y se plasmen en medidas y decisiones, que la ciudadanía recobre el sentido del significado de la Política.

Es necesario que la política esté por encima de los intereses de partido y de las personas que la desarrollan, como seres unidimensionales. No se pueden hacer leyes de “transparencia” mientras que hay indicios y certezas ciudadanas de que la clase dirigente (que no política), está corrupta, no tanto por el valor económico de lo recibido (que también), sino por el valor ético de tal conducta, para desesperación de quienes depositaron la confianza en el sistema.

El Gobierno Abierto va más allá de ser un sistema a disposición del sistema, es hacer “otro gobierno” como diría mi amigo César Calderón (tiene todo un libro dedicado a explicarlo). Sí, son necesarias nuevas leyes, nuevos instrumentos y nuevos procedimientos en la gestión política y administrativa. Pero sin una clara perspectiva de un cambio en la gestión de los intereses públicos, por encima de intereses partidistas, con un nuevo relato y nuevas formas, la tarea será intangible e imposible.

Muchos políticos hablan ya del gobierno abierto, como algo instalado en el sistema. Para nada. Antes de ver nacer las primeras políticas transversales de gobierno abierto real, veremos como nos estalla una “burbuja de oGov” en plena cara, para después (o, ¿no lo estamos ya?), proceder a desarrollar proyectos locales, regionales y nacionales, que inicien el “constructo” jurídico social real de este sistema de gobierno. Lo que hay hecho hasta ahora son proyectos piloto, que luchan contra la corriente principal, aprovechando la capacidad visionaria de algunos dirigentes, entre los resquicios del sistema; que no está muy abocado a este sistema de gestión.

Por otro lado, queda mucho que avanzar: el oGov, no es tecnología aplicada a la gestión política, es otra forma de filosofía política, que trata de trabajar por el bien común, mediante el establecimiento de nodos que comparten datos, información y procesos: entendiendo que este no es el fin, sino el medio para desarrollar este nuevo tipo de “gobierno”.

Por lo tanto en la medida que mejoremos el acceso al “dato” y su decodificación por parte de la ciudadanía, estaremos en disposición de tener una ciudadanía más libre, mejor informada y en mejor disposición de utilizar esa información como elemento de refuerzo de la calidad democrática de nuestro sistema.

La cuestión es: ¿está nuestra partitocracia en disposición de entender esta nueva filosofía de trabajo?

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