O Ultimátum a Europa, como ustedes prefieran. Me permito hacer una referencia cinéfila con la magnífica película que Robert Wise dirigió en 1951, “Ultimátum a la Tierra“. Como suele ser lo habitual, el título original es 1.000 veces mejor que la traducción al español; pero en este caso los títulos son complementarios. O sea, que podemos definirlo como el día en el que Europa se paralizó definitivamente, o como el día en el que Europa se autolanzó un ultimátum. Nada que extrañar, ante un conjunto de instituciones, las europeas, que son especialistas en dispararse en el pie constantemente.
De hecho, mi primera opción era la de: El día en el que Europa Terminó. No, no es que me haya vuelto pesimista, de hecho sigo manteniendo mis inquietudes políticas entre un cóctel pragmático de idealismo y de realismo, que hacen que las cosas sean muy difíciles de tamizar.
Pero, permítame, querido lector/a que me venga un poco de pesimismo a colación. En el devenir de la Historia, los hechos que determinan su posterior evolución, no vienen indicados por claras fechas en el calendario que explicitan cuando comienza un ciclo y termina otro. Más bien, es el conjunto de una serie de hechos (como diría Wittgenstein) y procesos los que determinan los puntos de inflexión y el situar las relaciones históricas posteriores.
Escribo todo esto, porque tengo la amarga sensación de que parte del final de la Europa que ahora conocemos, ha comenzado a escribirse esta semana, con la renuncia unilateral de Dinamarca de aplicar los compromisos del Acuerdo de Schengen, colofón de las actitudes de dos irresponsables europeos llamados Sarkozy y Berlusconi (por más que el primero quiera pasar en el escenario internacional como europeísta convencido), ante la crisis de la inmigración libia y tunecina que hemos vivido en las semanas pasadas. La incompetencia de los gobiernos nacionales, a la hora de dar una solución colectiva en sede europea a un derecho inalienable de cualquier persona, que es el de buscar unas mejores condiciones de vida, ha hecho que estemos en este atolladero actual, y sin posible salida a medio plazo.
Y no es por hablar de la torpe gestión de los gobiernos nacionales para proteger el Euro, la culpa es de Europa, ya saben. O como hemos visto que se dejara caer a Grecia, Irlanda o Portugal. O como el populismo en su versión más preocupante desde 1933 (por ciertos temas que ocurrieron en la vieja República de Weimar), está haciendo carne en los países escandinavos, lo de Finlandia es altamente preocupante. O como Europa sigue perdiendo espacio en el tupido y cada vez más complejo escenario internacional. O como, … etc.
Disculpen mi estado de pesimismo, pero me da que este ataque a Schengen, sin una respuesta alta y clara desde todos los gobiernos, y especialmente desde la Comisión y el Parlamento Europea, significa el principio de algún fin. Fin que no atisbo a ver, o que no quiero ver.
Espero equivocarme…