China y la Unión Europea: tan lejos y tan cerca

Acabo de regresar de Bruselas cuando escribo estas líneas. El pasado 9 de abril de 2019 participé en el “14th High Level Dialogue on Regional and Urban Policy Cooperation. A side event of the EU – China Summit”. El tema elegido para la ocasión era la innovación regional y especialización “smart”, y en mi calidad de representante por parte del PTS de Granada, y a su vez, del Ayuntamiento de Granada, en el programa IUC Asia con el fin de desarrollar proyectos con las ciudades de Kumming y Haikou, en el sector de la Biotecnología y de las Ciencias de la Vida, estamos ya en la fase de comenzar a profundizar nuestras relaciones con los representantes de estas ciudades.

Para ello, hemos puesto en marcha una oficina de enlace con ambas ciudades, gracias al acuerdo con la Universidad de Granada que nos permite el Máster de Gestión de Tecnologías y Procesos de Negocio. La idea es ir abordando paulatinamente acuerdos de entendimiento y cooperación para fraguar proyectos conjuntos de transferencia del conocimiento y asesoramiento. En Kumming tienen previsto poner en marcha un parque tecnológico similar al granadino y en Haikou hay una potente industria farmacéutica para abastecer el mercado chino.

El proyecto es ambicioso y sin duda tiene más recovecos que las relaciones propiciadas entre quienes participamos en el proyecto. China, aspirante a ser el hegemón principal del mundo en la próxima década, levanta recelos por su modelo y osadía. Con unos Estados Unidos en retroceso (y retirada), el efecto post Trump, cuando llegue, los sumirá en una convulsión emocional, al llegar el nuevo ocupante de la Casablanca con un mundo geopolíticamente desconocido. Si es en el 2020 llegará a tiempo de hacer cambios correctores, si es en 2024 tras un segundo mandato de Trump, el cambio de paisaje puede ser colosal.

Y además está la desconfianza que la Unión Europea manifiesta hacia China. Su despliegue comercial, pero sobre todo tecnológico (aún incipiente) reformulará el guión de este siglo. Y la UE ha de ver aquí una oportunidad. Intentar entender el nuevo siglo bajo el faro de China, no se puede hacer con los mismos ojos con los que el siglo XX vivió la hegemonía de EEUU. No solo fue un modelo económico, fue un modelo sociocultural que la inmensa mayoría de estados que conforman la OCDE han aspirado a imitar (bajo sus diferentes perspectivas culturales y políticas).

El auge de China no vendrá acompañado de ese modelo, dado que el vehículo cultural idóneo, el idioma, es muy complejo para las sociedades occidentales, así como sus hábitos sociales por no hablar de su sistema político y modelos de gobernanza. El siglo XXI será el resultado de un modelo híbrido de sistemas de gobernanza y gestión tecnológica que todavía no somos capaces de adivinar, en el que las ciudades serán la clave para conectar proyectos y personas. Los estados dejarán de ser el motor (por no hablar de las regiones) y los territorios conformarán alianzas estratégicas para su desarrollo. Asia, será clave en ese modelo.

Pero volvamos a China. La capacidad de su despliegue tecnológico apenas la percibimos aún en occidente. Más allá de que casi todos los aparatos tecnológicos son ensamblados allí, ahora han decidido que los van a desarrollar desde cero, aportando valor desde el inicio a su despliegue tecnológico. El temor de EEUU a Huawei (por su cercanía al gobierno chino) casi produce risa. Creer que hasta ahora nuestros datos no han sido utilizados, tanto por el gobierno americano (incluso Obama y su programa PRISMA) o por las grandes empresas (Apple, Amazon, Facebook o sobre todo Google) es un pensamiento iluso. Como consumidores apenas tenemos derechos (aunque nos hagan creer lo contrario). En la economía del siglo XXI el nuevo petróleo son nuestros datos personales, y ninguna empresa va a renunciar a quedarse con ellos (ni estado).

La verdadera guerra detrás de todo esto, es que el despliegue del 5G está a las puertas en China (sin tener que apoyarse en la red 4G) y en EEUU y la Unión Europea la opción más optimista para su despliegue está a un lustro de distancia en el tiempo. Y esto es un verdadero problema para nuestro futuro. Esos cinco años pueden ser determinantes para nuestra competitividad futura. Y, claro, Huawei es el nudo gordiano de este despliegue chino, de ahí todas las cautelas ante ese gigante tecnológico. El despliegue del 5G será la nueva Guerra Fría, la meta: el dominio tecnológico mundial.

Pero hay más, China ya es el primer productor de coches, barcos, acero, aluminio, ordenadores o smartphones. Entre el 2010 y 2015 produjo y consumió más cemento que EEUU a lo largo del siglo XX (si vas a China lo creerás). Por si fuera poco, genera más de un millón de ingenieros al año, construye aceleradores de partículas en solitario, han enviado naves a la Luna y en cuestión de la Inteligencia Artificial solo en este año invertirá 130.000 millones de euros, frente a los 3.000 millones de Alemania (el país en Europa que más invierte en IA). Por ello, el despliegue de las Smart Cites y del IoT será una verdadera revolución en el gigante asiático, mientras en Europa nos dedicaremos a ver cómo lo hacen y las consecuencias de su transferencia tecnológica. En China, la ciencia es “el proyecto de estado”.

Con unos Estados Unidos en repliegue que se han olvidado de Europa, la amenaza (real) de Rusia a nuestro sistema democrático y la égida del ultranacionalismo y el euroescepticismo en el viejo continente, hemos de dejar atrás nuestra decimonónica visión eurocéntrica del mundo y cortoplacista, para apostar por un futuro de sistemas híbridos de gobernanza y cooperación tecnológica entre la vieja Europa y la nueva China.

Es todo un proceso civilizatorio lo que tenemos por delante, y hemos de apostar por nuevas fórmulas, sin dejar atrás nuestras conquistas democráticas, que además estamos demoliendo tan alegremente entre todos. Y ahora piensa si el 26 de mayo no tenemos las elecciones europeas más trascendentales hasta la fecha. Pero eso será materia del siguiente post. Mientras tanto seguiremos viendo (erróneamente) a China más lejos que cerca.

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