Blockchain en la administración, ¿mucho ruido y pocos bloques?

Con el título “Blockchain en la administración, ¿mucho ruido y pocos bloques?”, el Banco Interamericano de Desarrollo publicó en 2019 un interesante informe sobre el estado del arte del uso de esta tecnología en relación a su uso en las instituciones públicas. De hecho un estado de la cuestión que sigue vigente, dada la escasa penetración de la tecnología más joven de la llamada 4ª Revolución Industrial en los entornos de la administración pública.

Breve introducción a la tecnología blockchain

Pero antes un poco de contexto. El término “blockchain” está lentamente penetrando en nuestras vidas, aunque la mayoría de las personas desconocen de qué estamos hablando. Quizá si hablamos de Bitcoin y criptomonedas, el término puede comenzar a “sonar”. El Bitcoin fue la primera criptomoneda que fue desarrollada con la tecnología blockchain, que fue definida en un artículo académico por un tal “Satoshi Nakamoto”, sea quien sea (o quienes sean), porque se desconoce su identidad o identidades. Es un caso único en el mundo de la tecnología, ya que un autor anónimo no suele ser tenido en cuenta, pero lo que ese artículo proponía era todo un desafío, y no solo en el plano tecnológico.

El blockchain, una de las tecnologías de registro distribuido (DLTs, por su acrónimo en inglés) que existen en la actualidad, funciona como una enorme hoja de excel en la que se hacen anotaciones en la misma, mediante un mecanismo de consenso entre los nodos que aceptan esas transacciones, y acto seguido las incorporan a la misma, de una forma colaborativa. Hasta aquí todo parece normal y nada del otro mundo. Por lo tanto cabe hacerse la pregunta de por qué es tan especial esta tecnología. La respuesta parece casi mágica, pero hay un modelo matemático detrás que lo hace creíble. El caso es que estas transacciones son selladas en el tiempo de forma inalterable e inmutable a cualquier ataque malicioso, lo que desde el punto de vista de la ciberseguridad es muy importante, pero es que además todos los registros de esa hoja de excel (o libro mayor como se traduce en alguna ocasión) se incorporan a todos los nodos y participantes de la red de forma distribuida y unívocamente. Ello provoca que aunque se cambie un registro en un bloque de uno de los participantes, el estado del libro mayor no cambiará, porque no es aceptado por la red, lo cual hace fútil cualquier intento de cambiar un bloque por parte de un atacante.

Una red de blockchain utiliza el poder de la computación distribuida, como los sistemas de intercambio de archivos que se utilizan en los sistemas P2P (peer to peer) tan conocidos como el eMule o los sistemas que intercambian “torrents” entre los usuarios (muy utilizados en la piratería cultural), o el menos conocido pero más eficiente sistema de intercambio de archivos denominado IPFS (Interplanetary File System).

Quedémonos con una de sus propiedades, la distribución de datos en una red securizada. Por eso es tan importante para construir nuevos sistemas de gobernanza pública. De hecho, esta distribución de datos entre nodos participantes de forma anónima, provoca otra propiedad: la desintermediación. Es decir, la no necesidad de entidades intermedias para decidir el conjunto de reglas entre las partes actuantes. La intermediación es de la propia red, lo cual origina que no sea necesaria la intervención de ninguna entidad que supervise cada una de las transacciones y de las reglas que definen el comportamiento de los participantes, son los nodos participantes los que establecen la gobernanza del sistema en el que no hay intervención humana posible, todo queda automatizado y supervisado por el modelo matemático del consenso. Tras Bitcoin, llegó Ethereum, y con esta red de segunda generación, llegaron los Smart Contracts (los contratos inteligentes) y con ellos un nuevo abanico de posibilidades, que además permitieron “tokenizar” los activos físicos en activos digitales. La tokenización es uno de los grandes retos pendientes de la administración digital, pero volveremos sobre ello más adelante.

La promesa de la ejecución de los contratos inteligentes es sin duda una de las cuestiones pendientes de ser implementada. Pero antes una aclaración. A pesar de su nombre, un contrato inteligente, ni es un contrato ni es inteligente. Lo sé, parece una broma, pero no lo es. Lo voy a explicar a continuación. Un contrato inteligente, un smart contract, es un código de lenguaje informático (en jerga técnica se denomina “script”), que cuando se ejecuta produce un resultado. Éste se ejecuta de forma automática en cuanto detecta que en el sistema se ha producido la condición sine qua non, mediante la cual se puede ejecutar el acuerdo que A y B acordaron en un momento dado y registrado informáticamente en ese script. Ello supone la no intervención de ninguna persona en su ejecución y obedece a una condición o condiciones objetivas que se determinaron entre A y B.

Perdón si ha quedado confuso, pero he intentado explicar de forma sencilla dos conceptos que suelen ser obtusos: tanto el funcionamiento de la tecnología blockchain como lo que son los contratos inteligentes. Una vez puesto el contexto, la mayoría de quienes leen esto están comenzando a atar cabos. Permítanme: distribución de datos, desintermediación, securización de datos a prueba de ataques malintencionados, sellado temporal de los mismos, ejecución de contratos inteligentes automáticos

Pues sí, imaginemos por un momento la cantidad de cuestiones que se pueden abordar dentro de la digitalización de la administración pública con esta tecnología. Es más, con el concurso de esta y la inteligencia artificial, por poner un ejemplo de posible convergencia tecnológica, estamos hablando de una auténtica y profunda transformación digital, que además implica una profunda transformación cultural, y de forma paralela.

El Blockchain y su impacto institucional

¿Por qué afirmo esto?, porque la tecnología blockchain debido a su sistema de distribución y desintermediación provoca un cambio profundo de la gobernanza de procesos y metodologías. Para poder ejecutar un proyecto con blockchain se exige un plus de transparencia, cooperación y métodos colaborativos, que están en plena sintonía con la filosofía del gobierno abierto y con los objetivos de desarrollo sostenible 16 y 17 de la Agenda 2030. El impacto de su adopción es tremendo, incluso cuando se hace a pequeña escala. Aunque puede provocar confusión que algunos de los proyectos basados en blockchain para estos menesteres puedan venir de países tan diferentes como EEUU, España (con Aragón, Canarias y la Comunidad Valenciana al frente), China, Rusia, Singapur, Canadá, Estonia, Emiratos Árabes, etc…

En efecto, esta tecnología se está experimentando de formas diferentes para lograr resultados diferentes. Como se puede imaginar, la evolución de la misma ha llevado al desarrollo de una amplia taxonomía de este tipo de tecnologías, que pueden ser utilizadas de forma torticera si es ese su propósito o de forma netamente transparente. Sirva como ejemplo la plataforma resiliente para hacer de Estonia un gobierno totalmente digital llamado e-Estonia, con aplicaciones como i-Voting que se utiliza para las elecciones generales, o el tratarse del primer estado que tiene una embajada digital abierta en Luxemburgo, para custodiar los datos de toda la ciudadanía y de las instituciones como copia de respaldo. Y en el caso opuesto, esta tecnología se puede usar como lo hace China, que está en las antípodas de lo que hacemos en Europa gracias al alto nivel de protección que tiene nuestro sistema normativo con respecto a los datos.

Con ello quiero indicar que ninguna tecnología está exenta de ser utilizada para lo contrario de lo que fue creada. La Historia de la Humanidad es un permanente recordatorio sobre esta cuestión. Pero sí quiero incidir en que el blockchain nos puede permitir hacer a nuestras instituciones públicas, instituciones más resilientes y eficaces. La automatización de los procesos, a la par del grado de transparencia que exigen, nos permitiría cambiar los modelos de contratación pública, nos facilitaría la auditoría de la información, nos aseguraría mejorar nuestra capacidad para mejorar la integridad de los datos, nos permitiría tokenizar los activos y registros públicos para que permanezcan inalterables e íntegros (es decir, confiables), nos permitirá construir un modelos de identidad digital autosoberana, tal como se está discutiendo y desarrollando con el proyecto eIDAS 2 de la Comisión Europea.  Por no hablar de su capacidad para desarrollar nuevos modelos de eParticipación y de gestión del voto, que daría más confianza a la ciudadanía, especialmente si esta tecnología es utilizada para empoderarla y dotarla de herramientas que le permitan ser una fedataria permanente de las acciones y políticas que se llevan a cabo en nuestras instituciones. 

Todo lo que acabo de describir es factible. Existen numerosas acciones piloto a lo largo y ancho del globo y tenemos la literatura científica y los modelos que nos permiten llevarla a cabo, pero como he afirmado anteriormente, esta tecnología no se basa en su simple adopción, necesita de cambios en los procesos y de una nueva óptica cultural en el seno de la administración que decida implementarla. Se hace necesario formalizar espacios para la experimentación y tras evaluar sus resultados poder escalarlos en entornos reales.

Sin duda el blockchain es la tecnología que más exige un enfoque holístico tanto en la aplicación de la misma, en la revisión o (re)diseño de sus procesos y en su evaluación en el entorno operacional en el que se despliega. 

La cuestión que nos debemos plantear es si vamos a dejar escapar el tren de una tecnología que nos va a permitir poner los primeros cimientos de una verdadera eDemocracia transparente, confiable y colaborativa.

La respuesta depende de nuestra capacidad para superar los entornos institucionales actuales, para crear un marco ágil de cooperación y colaboración permanente, con nuevas aptitudes y nuevas actitudes. Ese es el reto que implica la adopción del blockchain, de ahí el juego de palabras del título de este podcast, con la famosa cita Shakeasperiana de “much ado about nothing” que en español traducimos como “mucho ruido y pocas nueces”. ¿Nos animamos a dejar que sea solo un ruido?

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